Recientemente nos ha llegado la primera nota de un colaborador. Esperamos que esta sea la primera de muchas, no sólo de él sino de otros colaboradores y colaboradoras que se han interesado en nuestro espacio y se han ido acercando con el deseo de informar y llamar a la reflexión. Cada colaborador firmará con un pseudónimo por motivos de seguridad, pero Espacio por la Democracia en Merlo hará lo posible por conocer personalmente a cada uno de ellos antes de publicarlo. A continuación, la nota:
Por un Merlo mejor
Ya resulta un dato común, del conocimiento general en el ámbito de la política del conurbano bonaerense, el carácter particular del gobierno local. Con el tiempo, se ha ido consolidando una imagen cuya especificidad se destaca en el contexto de lo que usualmente se conoce como los “barones del conurbano”, cuyas características básicas son bien conocidas por todos. La eficacia en el terreno electoral, un nexo con el poder central vinculado más a un pacto de conveniencia mutua que a cuestiones ideológicas, la corrupción y un sesgo más o menos autoritario son las notas que identifican, casi sin excepciones, a los intendentes que constituyen la expresión oficial y la base electoral del Frente para la Victoria en un territorio que cobija a casi diez millones de habitantes de nuestro país. Sin embargo resulta cada vez más evidente que en Merlo sucede algo distinto, algo que excede, no sólo en grado sino en calidad, a lo que es el signo común del poder político de la región.
Exagerar el punto resulta difícil, toda vez que observamos en forma cotidiana las expresiones de nuestras propias relaciones fuera del distrito (me refiero a amigos, parientes, compañeros de trabajo, etc.) cuando nos referimos a Merlo desde el punto de vista de la política o de la vigencia de las libertades más elementales. Expresiones de solidaridad o de consuelo, o la inquietud por saber más sobre las “barbaridades” o los “aprietes” que hacen a la vida cotidiana de los merlenses, constituyen la base de los comentarios de quienes no terminan de creer que sea posible que personajes de tal calaña se mantengan en el poder político después de tanto tiempo. Claro que estas manifestaciones no son sino la contracara (y también, por qué no, la consecuencia) del silencio interesado de los medios de comunicación masiva o del silencio cómplice de las autoridades tanto nacionales como provinciales. Nada o casi nada aparece sobre Merlo en los grandes medios, nunca hay referencias al autoritarismo presente en Merlo en los discursos oficiales.
Ahora bien; ¿Cuál es esa especificidad de la que hablamos? ¿Qué aquello que distingue en forma inequívoca al gobierno de Merlo de la generalidad del conurbano? Una de las posibles respuestas a este interrogante es la elevación del miedo al nivel de política de Estado. Un miedo que atraviesa a todos los sectores no claramente identificados con el oficialismo, un miedo que se disfraza de desidia frente a la participación, un miedo que se presenta como el primer obstáculo a superar por quienes quieren recuperar su propia voz.
Es posible que muchos de los responsables políticos del conurbano bonaerense utilicen o hayan utilizado el “apriete” como mecanismo eventual para resolver sus propios problemas de acumulación y de consolidación de poder. En ese caso, la estrategia del miedo es utilizada puntualmente sobre el agente físico de la disputa, es Carlos o Susana, Juan o María, opera en singular y, aunque deleznable, constituye una parte de las reglas de juego que han instalado y sostienen los sectores dominantes para mantener el control político del conurbano. Sin embargo, en Merlo, este dispositivo constituye la matriz misma de la política, la base de sustentación de toda estrategia. Si bien se ejerce en singular, opera más allá de sus víctimas ocasionales, sobre el conjunto de la sociedad misma y, habida cuenta de su carácter de política de Estado, está dirigido no ya y sólo hacia quien pretenda cuestionar la dirección de “la política” sino a la población en general, cuestionando de este modo la participación en sí misma. Fue así como, durante largos años, el Estado ha confiscado todos y cada uno de los espacios de participación colectiva, ya sea por cooptación o por coerción, haciendo imposible no ya la construcción política alternativa sino toda genuina actividad social, solidaria, por afuera del patronazgo de la autoridad oficial. Ni siquiera la iglesia ha sido ajena al poder del municipio, y sacerdotes abnegados que intentaron un camino alternativo han pagado y pagan un alto precio por su vocación democrática. El miedo se termina constituyendo en el agente principal de un modelo hegemónico que desertifica los espacios de participación allanando el camino para su ocupación por los delegados del poder municipal.
Lo antedicho podría parecer la crítica y el lamento de opositores consuetudinarios y desconsolados por su falta de consenso en la población, por los marginados del poder. Sin embargo, lo que está en juego no es una banca de concejal, un lugar en la administración o un discurso en la plaza, sino la esencia misma de la democracia aún en sus aspectos más formales y restringidos. Muchos de los jóvenes con vocación participativa se ven obligados a canalizar su voluntad de cambio en los distritos vecinos para no ser potenciales víctimas de las amenazas o violencia habituales en el contexto local, los comerciantes no vinculados al oficialismo disimulan su rechazo por temor a represalias económicas, la política se dice en voz baja, en espacios privados, nunca en bares o en la calle por miedo a ser identificado con lo que está fácticamente prohibido. La democracia se reduce, se achica con cada “apretada”, se minimiza hasta perder todo contenido real.
El oficialismo gana las elecciones. Es un hecho. Existe en Merlo un segmento de la población que, lamentablemente, no le adjudica trascendencia a las limitaciones vigentes a la libertad y a la democracia, también están los extorsionados a cambio de un empleo o de un plan social, con seguridad también están los que votan convencidos. Pero también es un hecho que gana a partir de “guadañar” violentamente a toda oposición real antes de que ésta florezca, lo hace a partir de los aportes multimillonarios de la provincia o de la nación, a partir de ensuciar los actos electorales, a partir de una falsa oposición (ya sea radical o del Pro) tan corrompida como el oficialismo, lo hace a partir de la connivencia de un poder judicial corrupto que alimenta causas penales viciadas contra los verdaderos opositores.
Desde los levantamientos del 2001 los habitantes de este país vivimos un tiempo distinto, un “reverdecer” de la Política que, como resultado de la lucha de los trabajadores, abrió nuevos espacios a la participación colectiva. Miles de jóvenes abrazan su vocación democratizadora en Partidos Políticos, centros culturales de todo signo y color, iglesias y Centros de Estudiantes. Pareciera que Merlo ha resultado inmune a esta saludable y trabajosa inyección de democracia, pero en verdad no es así. Aquí y allá aparecen, contra la demencia represiva del oficialismo, nuevos espacios donde hacer pesar una vocación distinta, liberadora y esperanzada. El poder de quienes manejan en forma arbitraria el destino de los merlenses no es irreductible, y su violencia creciente es sólo el síntoma de que “un Merlo mejor” sólo es posible sin ellos. El “Espacio por la Democracia en Merlo” surge como una necesidad ante el horror pero también constituye una apelación a la esperanza. Hagamos estallar el miedo con nuestra participación. Destruyamos el autoritarismo con el optimismo intransigente de nuestra voluntad. Merlo lo merece, nosotros lo merecemos.
POLACO
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